En febrero de 1936, el Frente Popular ganó las elecciones generales. Dos jóvenes hermanos caminaban por la calle celebrándolo y se cruzaron con su profesora de francés que les devolvió el saludo diciendo: “Hasta mañana, si Dios quiere”. El hermano menor pensó que no, que esta vez mañana no sería lo que Dios quisiese, que los seres humanos tendrían autoridad sobre su destino.
Ese niño, que habría de recordar esta anécdota con pesar durante toda su vida, se convirtió años más tarde en el gran poeta Ángel González.
Nacido en Oviedo en 1925, quedó huérfano de padre, un catedrático de pedagogía, con sólo año y medio. Tiempo después sufrió el desmoronamiento de su familia tras el fusilamiento de un hermano, el exilio de otro y la retirada obligada de su madre y su hermana de la enseñanza. Enfermó de tuberculosis y, durante su convalecencia, se interesó por la poesía y comenzó a escribir. Fue el estímulo para irse a Madrid, estudiar periodismo y descubrir que quería ser poeta, llegando a formar parte de la generación del 50.
“Mañana no será lo que Dios quiera” es el título del último libro del granadino Luis García Montero, que comenzó a escribir una biografía académica y, viendo que así carecería de emoción alguna, recurrió a recursos narrativos de la literatura de ficción para convertirla en una novela biográfica, un emocionante relato de los primeros años de vida de Ángel González.
El pasado martes se presentó el libro en Granada, en la emblemática Casa de los Tiros, y contó con la asistencia de gente de la cultura como Juan Vida, José Carlos Rosales y Álvaro Salvador, gente de la política, amigos y lectores.
Comenzaron a hablar los profesores de la Universidad de Granada Mariano Maresca y Andrés Soria. Maresca repasó varios puntos diferentes del libro, destacando dos tesoros de los que González no se podía separar: una carpeta azul y una caja verde con fotos, ambos objetos llenos de recuerdos que le hundían y subían a la superficie simultáneamente, porque tenía un pasado doloroso e intenso que intentaba superar rememorando sus vivencias. Soria, a la par que alabó la ética del poeta asturiano, destacó la labor narrativa de Montero, valorando sus pequeños tributos, escondidos en el texto, a otros grandes escritores como Quevedo o Bécquer y obras como El lazarillo de Tormes.
Luis García Montero completó la presentación hablando del hombre que fue un gran poeta y también un buen amigo al que admiraba profundamente y al que escuchó y grabó durante largas conversaciones mantenidas a lo largo de los años. Recordó "el reloj de los recuerdos de Ángel en la muñeca", un reloj que perdió al llegar a Madrid cuando su madre aún no había terminado de pagarlo. Como tantos otros, sentía la culpabilidad inevitable del que ha sobrevivido a una guerra y le pesaban experiencias como la muerte de su hermano, el esfuerzo sobrehumano de su madre por tirar de la familia y criar a sus hijos sin rencor y con esperanza o no recordar el nombre de un gran amigo de la infancia. Para Montero, escribir este libro ha sido como dar cuerda a ese reloj perdido y resucitar una vez más a los “muertos de muerte imposible”, porque incluso gente que no conoció González, como su padre y su abuelo, tuvieron una gran influencia en él y fueron un referente constante en su vida.
Lo más destacable de Ángel González, al margen de su talento a la hora de escribir, es que “recordaba sin rencor, era partidario siempre de la alegría, que es la manera última de llevarle la contraria al verdugo”. No quería redactar una autobiografía porque temía sufrir demasiado recordando todo lo que había pasado en su vida.
Así, Luis García Montero se decidió a escribir un libro que fuese a la vez un homenaje al poeta y al amigo, a “un autor decisivo para la educación sentimental de mucha gente”, a “un muerto de muerte imposible”. Sin caer en el patetismo ni regodearse en el dolor, pero recordando detalles como el del adolescente que caminaba de vuelta a casa sin saber cómo comunicarle a su madre el asesinato de su hijo mayor.
En definitiva, una declaración oficial de respeto, admiración y amistad.
Yo tengo ahora mismo el libro en mis manos, firmado por Montero y deseando ser leído. Estoy segura de que me va a encantar y espero provocar ganas en alguien de comprarlo también o, en todo caso, de que más gente descubra la maravillosa obra de Ángel González.
Te llaman porvenir
porque no vienes nunca.
Te llaman: porvenir,
y esperan que tú llegues
como un animal manso
a comer en su mano.
Pero tú permaneces
más allá de las horas,
agazapado no se sabe dónde.
¡Mañana! Y mañana será otro día tranquilo
un día como hoy, jueves o martes,
cualquier cosa y no eso
que esperamos aún, todavía, siempre.
Ese niño, que habría de recordar esta anécdota con pesar durante toda su vida, se convirtió años más tarde en el gran poeta Ángel González.
Nacido en Oviedo en 1925, quedó huérfano de padre, un catedrático de pedagogía, con sólo año y medio. Tiempo después sufrió el desmoronamiento de su familia tras el fusilamiento de un hermano, el exilio de otro y la retirada obligada de su madre y su hermana de la enseñanza. Enfermó de tuberculosis y, durante su convalecencia, se interesó por la poesía y comenzó a escribir. Fue el estímulo para irse a Madrid, estudiar periodismo y descubrir que quería ser poeta, llegando a formar parte de la generación del 50.
“Mañana no será lo que Dios quiera” es el título del último libro del granadino Luis García Montero, que comenzó a escribir una biografía académica y, viendo que así carecería de emoción alguna, recurrió a recursos narrativos de la literatura de ficción para convertirla en una novela biográfica, un emocionante relato de los primeros años de vida de Ángel González.
El pasado martes se presentó el libro en Granada, en la emblemática Casa de los Tiros, y contó con la asistencia de gente de la cultura como Juan Vida, José Carlos Rosales y Álvaro Salvador, gente de la política, amigos y lectores.
Comenzaron a hablar los profesores de la Universidad de Granada Mariano Maresca y Andrés Soria. Maresca repasó varios puntos diferentes del libro, destacando dos tesoros de los que González no se podía separar: una carpeta azul y una caja verde con fotos, ambos objetos llenos de recuerdos que le hundían y subían a la superficie simultáneamente, porque tenía un pasado doloroso e intenso que intentaba superar rememorando sus vivencias. Soria, a la par que alabó la ética del poeta asturiano, destacó la labor narrativa de Montero, valorando sus pequeños tributos, escondidos en el texto, a otros grandes escritores como Quevedo o Bécquer y obras como El lazarillo de Tormes.
Luis García Montero completó la presentación hablando del hombre que fue un gran poeta y también un buen amigo al que admiraba profundamente y al que escuchó y grabó durante largas conversaciones mantenidas a lo largo de los años. Recordó "el reloj de los recuerdos de Ángel en la muñeca", un reloj que perdió al llegar a Madrid cuando su madre aún no había terminado de pagarlo. Como tantos otros, sentía la culpabilidad inevitable del que ha sobrevivido a una guerra y le pesaban experiencias como la muerte de su hermano, el esfuerzo sobrehumano de su madre por tirar de la familia y criar a sus hijos sin rencor y con esperanza o no recordar el nombre de un gran amigo de la infancia. Para Montero, escribir este libro ha sido como dar cuerda a ese reloj perdido y resucitar una vez más a los “muertos de muerte imposible”, porque incluso gente que no conoció González, como su padre y su abuelo, tuvieron una gran influencia en él y fueron un referente constante en su vida.
Lo más destacable de Ángel González, al margen de su talento a la hora de escribir, es que “recordaba sin rencor, era partidario siempre de la alegría, que es la manera última de llevarle la contraria al verdugo”. No quería redactar una autobiografía porque temía sufrir demasiado recordando todo lo que había pasado en su vida.
Así, Luis García Montero se decidió a escribir un libro que fuese a la vez un homenaje al poeta y al amigo, a “un autor decisivo para la educación sentimental de mucha gente”, a “un muerto de muerte imposible”. Sin caer en el patetismo ni regodearse en el dolor, pero recordando detalles como el del adolescente que caminaba de vuelta a casa sin saber cómo comunicarle a su madre el asesinato de su hijo mayor.
En definitiva, una declaración oficial de respeto, admiración y amistad.
Yo tengo ahora mismo el libro en mis manos, firmado por Montero y deseando ser leído. Estoy segura de que me va a encantar y espero provocar ganas en alguien de comprarlo también o, en todo caso, de que más gente descubra la maravillosa obra de Ángel González.
Te llaman porvenir
porque no vienes nunca.
Te llaman: porvenir,
y esperan que tú llegues
como un animal manso
a comer en su mano.
Pero tú permaneces
más allá de las horas,
agazapado no se sabe dónde.
¡Mañana! Y mañana será otro día tranquilo
un día como hoy, jueves o martes,
cualquier cosa y no eso
que esperamos aún, todavía, siempre.