TE AGARRA POR EL PECHO, TE ZARANDEA VIOLENTAMENTE, TE ELEVA EN UN DiRIGIBLE A 40 METROS DEL SUELO Y TE RESTRIEGA LA CARA CONTRA LAS ESTRELLAS DE UN CIELO CASI SÓLIDO PORQUE MÉRIDA ABRASA. LUEGO TE LANZA BRUTALMENTE CONTRA UN LECHO DE BALAS DE PAJA EN EL QUE YACES ROTO, ENCOGIDO, PEQUEÑO... EXTENUADO. LEVANTAS LA CABEZA Y ALLÍ ESTÁN: SON DOS NIÑOS MUY DELGADOS QUE QUIEREN JUGAR CONTIGO, QUE TE SONRÍEN, QUE SE BURLAN DE TÍ... Y SÚBITAMENTE UNA MÁSCARA
IMPLACABLE Y RUIDOSA SE CIERNE TRAS ELLOS Y LES DEGÜELLA. SUS PEQUEÑOS CUELLOS CRUJEN Y SE ABREN ESCUPIENDO SU NEGRA SANGRE, DELANTE DE TU BOCA ABIERTA. POR EL ESCENARIO SE EXPANDE UN SONIDO TAN GRAVE QUE EL TEATRO ENTERO SE ESTREMECE Y LAS COLUMNAS VIBRAN COMO LAS CUERDAS DE UN CONTRABAJO: MEDEA. MÉRIDA. PAJA Y COLUMNAS. CUERPOS SUDOROSOS. UN CENTAURO TE GUÍA A TRAVÉS DE LA INCOMPRENSIÓN, DEL DOLOR, DE LA DESESPERACIÓN... Y DE LA IRA.
Comienzo por avisar que Asier Etxeandía es aquello a lo que los actores deberíamos aspirar: CONTROL. Dominio gestual y vocal, un instrumento bien temperado en manos de un virtuoso. ¿Es de otro planeta? No, pero lo parece. ¿Por qué? Porque los demás no nos exigimos llegar a esa cota de autoridad sobre nuestra propia expresión: hagámoslo. Hagámoslo y el teatro español pegará un subidón importante. Un centauro, Un caballo. No te lo crees porque imite a los caballos, es que él cree que lo es. Un caballo se ha metido en el cuerpo de Asier... un caballo que gime y que hace sonar las palabras como si no las hubieras escuchado nunca antes. Las hace nuevas. Bravo, Asier. Corifeo sufriente a veces... y cruel y distanciado otras.
Y ahora BLANCA PORTILLO. Blanca no es una diva. No estoy de acuerdo con las cosas presuntamente apologéticas que se han escrito de ella. Y me aventuro a pensar que ella tampoco. Porque esa es la diferencia entre ella y las demás grandes de la historia del teatro español. La diva orienta los distintos elementos de una puesta en escena para ser iluminada con más fuerza, Blanca Portillo no. Ella es la que ilumina a los demás factores. Lanza sus brazos de puente, sus ojos de hiedra en todas las direcciones del escenario y todo lo demás se agarra con fuerza a ese tronco. Así es Blanca. No se gusta, se ofrece. Vive y muere. Sufre y mata. Folla y quiere. Generosa hasta la extenuación, se olvida de quién es. Se debilita y encoge, se expande y fortalece hasta estallar como un corazón arrítmico, como una supernova, como una loba que se desangra y quiere morir matando. Ella sí sabe, pero Medea no, y el espectador tampoco. Es imprevisible porque a lo largo de la representación se convierte en madre amorosa, maruja amargada, bruja esotérica, inmigrante vilipendiada, animal salvaje sediento de sangre, gitana loca y borracha y finaliza el abanico metamórfico encarnando a una especie de Doris Day angelical. Increíble ¿no? Pero posible. Posible en el contexto estético y sonoro tan flexible que crea Tomaz Pandur. Porque estamos hablando de contar una historia... Pandur y su gente te la cuentan : Tal y como la explicaríamos en un bar, sería algo así: “- ¿De qué va MEDEA?” “- Es una especie de extranjera medio bruja que se casa con el ídolo local. Luego el pavo se aburre de ella y se busca una tía más joven. A los del pueblo les parece de puta madre por que le tienen idealizado, pero ella se cabrea bastante. Lógico. Los del barrio le dicen que se pire con los niños, que el muy chulito de Jasón encima se va a casar con su querida. Ella se cabrea todavía más. Tanto que acaba envenenando a la novia en plena boda y, al final, como no sabe ya cómo joder al tío que le ha arruinado la vida, se carga a los niños y al Jasón éste le da un ataque” “-¡Qué bestia!” “-Ya. ¿Pero tú que harías?” -No sé”.
Pandur y su gente nos cuentan una historia escrita hace 2.500 años que nos refleja como seres humanos contemporáneos y contradictorios: “¡Oh, no! ¡Esas cosas no ocurren hoy en día! Ahora somos civilizados...”. Mentira. Abre un diario. Ve a la página de sucesos.
Pero hay que tender puentes dramatúrgicos entre el texto original y la perspectiva social del siglo. Pandur utiliza una estética que nos recuerda que ya no estamos en el Siglo XX pero que lo echamos de menos. ¿Por qué? Porque ahora podemos echar la mirada atrás y ver el cuadro completo. El siglo XX resume todos los anteriores: representa condensadamente la lucha entre la razón y el instinto. La batalla entre las contradictorias tendencias de la condición humana: la necesidad de organizarse solidariamente en sociedad y el irresistible instinto de satisfacer su voluntad individual... de poder... y de placer. El siglo de la revolución obrera, de la inacabada lucha de la mujer por ser respetada, del descubrimiento de la libertad y la responsabilidad, de los derechos humanos y de la bomba atómica.
La escena del enfrentamiento entre Medea y Jasón transcurre entre gestos cotidianos como un batir de huevos, una plancha, un tendedero... que nos recuerdan a las escenas que hemos presenciado o protagonizado con nuestras madres o mujeres como parte que somos de una cultura machista a la que quedan dos telediarios. Siglo XX.
Un remolque con caravana acude a rescatar a la dolorida bruja asesina de niños y amantes, que se burla del dolor del gilipollas de su marido. Mérida se llena de Siglo XX. ¿Qué pasa con Jasón? Jasón ha resucitado. Pobre Jasón. Víctima de una cultura machista... Ídolo de masas... cerveza y bocata de chorizo en su casa... solo le falta ser del Atleti... ALBERTO JIMÉNEZ... otro generoso. Y doloroso. Es un hijo puta egoísta pero cuando le dejan tirado... se vuelve loco... y tú ves lo que quiere a Medea. La quiere a ella, pero necesita afirmarse como macho alfa con una niñata joven... para sí mismo y para “tooodos sus compañeros”. Porque si no, no le seguirían respetando. El “Jasón” más humano, comprensible y patético que he visto. Bravo, Jiménez.
JULIETA SERRANO es la actriz que recuerda a toda esta compañía vanguardista que uno se puede hacer “mayor” sin descolgarse de su tiempo. Ella es la razón compasiva. “¡¿Por qué, Medea, vas a sacrificar lo que más quieres?!” Es el discurso de una madre y una profesora. Comprende el dolor pero quiere detener esa espiral de violencia. Julieta es técnica y pasión. Un puntal. Julieta está en el siglo XXI aunque sigue siendo la Gran Mujer y actriz del siglo XX.
EL CORO: un concepto de coro diferente a los rácanos ejemplos que a veces se pasean por Mérida. Un coro amenazante y activo, que acoge cuando quiere y amenaza cuando toca: un coro compuesto por PRIMEROS ACTORES. Todos podrían ser protagonistas en cualquier otro montaje, pero no en éste porque el protagonismo está distribuido y dispersado entre todos los miembros y elementos de la escena. Aitor Luna, Eduardo Mayo, Santi Marín... no me he aprendido vuestros nombres pero vosotros ya sabéis algo que a mí me ha costado muchos años erráticos aprender: la verdad está en el otro. La verdad está en el conjunto, en la narración, en saber lo que quieres contar y contarlo con tus compañeros. Ser parte de algo grande, eso es el teatro. Y perdonad que insista pero eso es Blanca Portillo y eso es Pandur. Blanca podría perfectamente haber elegido otro camino, pero ha elegido éste, el del sudor y la arena y las piernas y los 200 abdominales que hacéis antes de salir a escena. Ha elegido contar la historia. En lugar de ser ella la historia.
Y me falta la mención de honor... ¡EQUIPO DE PRODUCCIÓN! Los “artistas” se han podido preocupar de “crear” porque les ha tocado la lotería de tener a CHUSA MARTÍN, LOZOYA, ECHARREN, SUPER-ELENA (componiendo el traje de la novia todos los días), SUSANA RUBIO y toda la apasionada banda de ENTRECAJAS. Vosotros no las veis pero están allí. Vaya si lo están. Son el pulmón que proporciona oxígeno a Pandur y su gente. Alguien debería llamar la atención sobre la diferencia que hay entre una producción “normal” y una CREATIVA, MINUCIOSA, LOCA y DISCIPLINADA como ésta. ¡Qué suerte!
Dejadme acabar con mi escena favorita: Medea se viste de rojo, y como jugando, se despide de los niños a los que va a matar... pero Blanca... Blanca, Blanca, Blanca... ella lo hace todo distinto. Hace las cosas como si nadie la hubiera hecho antes..... ¡ELLA DUDA! MEDEA DUDA y tú te lo crees. Es tan revolucionario que uno piensa que se lo han inventado, que no está en el texto original... Pues os aseguro que está (me lo dijo Pandur, con el que tuve el privilegio de hablar tras la función) en el texto original de EURÍPIDES. Y yo como espectador pienso... ¡¿A QUE NO LOS MATA?! ¡¡¡¿A que el loco de Pandur y su gente nos dan una lección de fidelidad al mito e infidelidad al texto y Medea se da cuenta de que es un error y salva a sus preciosos e inocentes niños?!!! Vale, NO. Los mata. Y se mata. Se suicida como cualquier madre que sobrevive a sus hijos. Pero os aseguro que durante esa escena la duda es TAN REAL que por un momento, yo y otros 3.000 pensamos que la obra se acababa ahí... Eso es interpretar. Eso es teatro. No saber lo que va a pasar. Poner tu vida en juego esas dos horas y pico. Repasar tus propios conflictos a través de unos personajes que te recuerdan a ti, a tu padre, a tu novia... y a la puta vida.
PANDUR. CHUSA MARTÍN. BLANCA. ASIER. ¡COMPAÑÍA! ¡MÉRIDA!
Todos necesitamos en estos tiempos que nos recuerden lo que era y debería ser el teatro.
Miguel Hermoso Arnao.