Qué mejor fecha que la de hoy para hablar de “El deseo de ser piel roja”, un título tan original y significativo que dio nombre a una de las películas claves de la filmografía de Miguel y cuyo origen se halla en el poema homónimo de Franz Kafka, escrito dentro de su libro “Contemplación” en 1913 y que decía:
Si uno pudiera ser un piel roja
siempre alerta,
cabalgando sobre un caballo veloz,
a través del viento,
constantemente sacudido
sobre la tierra estremecida,
hasta arrojar las espuelas
porque no hacen falta espuelas,
hasta arrojar las riendas
porque no hacen falta riendas,
y apenas viera ante sí
que el campo era una pradera rasa,
habrían desaparecido las crines
y la cabeza del caballo.
Sin duda, es una emocionante llamada a la libertad absoluta, una utopía en tanto que los seres humanos vivimos irremediablemente sujetos a leyes y normas que nos limitan durante toda nuestra existencia. Kafka escribió este y otros relatos inspirándose en la parte tediosa y rutinaria de su vida, consciente a la vez de que, como diría Einstein, la estupidez humana es infinita y es por ello que necesitamos marcarnos un camino para no convertir el mundo en un caos aún mayor.
“El deseo de ser piel roja” ha inspirado a escritores, músicos como Los del yopo, que os sonarán de algo aunque, por ahora, no haya material suyo que disfrutar, y cineastas como Alfonso Ungría, que reflejó perfectamente el sentido del poema mediante la crisis del protagonista de su película, rodada en 2002.
Ungría es un director de actores, por lo que se centra más en los personajes que en el argumento de sus filmes. En “El deseo...” esto quedó más que demostrado al centrarse principalmente en el proceso emocional del personaje principal. En este trabajo, recuperó a Martín, que apareció por primera vez en su anterior filme “África” (1996), donde fue interpretado con éxito por Zoé Berriatúa.
En su primera aparición, Martín era un chico de barrio que sufría una crisis a los veinte años y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por amor. En la segunda, Martín (interpretado por Miguel), sufre la crisis existencial del treintañero y está tan o más perdido que en aquel entonces. Intenta evadirse del mundo en Tánger pero conoce a una pareja, Abel y Ana, con los que forma un trío de perdedores excéntricos que parecen seguir adelante por pura inercia.
Abel necesita un estímulo para exprimir la vida al máximo y se sirve de una broma de Martín para volver a España y emprender una aventura que podría ser la última, aunque eso es lo que menos le importa. Se establece entre ellos una relación muy especial y Ana queda situada en un papel incierto, ante la indiferencia de su amante y el interés creciente de su pretendiente. Las situaciones se suceden hasta llegar al punto en que cada uno de los tres debe decidir por sí mismo qué quiere hacer con su vida.
El resultado fue interesante, a pesar de no acertar del todo con el reparto. Hubo pequeñas intervenciones valiosas y momentos dignos de recordar como el enfrentamiento en primer plano entre Abel y Martín cuando estaban probando los explosivos o el monólogo del segundo al hacer autostop.
Miguel realizó un intenso trabajo de introspección para luego dejar que el personaje tomase las riendas, partiendo de la base común entre ambos pero sin someterlo y dejando que buscase su propio camino, lo que nos lleva de nuevo al sentido del poema: el anhelo de poder decidir sin dudas ni restricciones, las ganas de expresarse sin temor a la reacción de los demás, el afán de obrar sin medir cada paso. Esto deriva en un complejo debate, claro está, por las consecuencias que resultarían de alcanzar tal objetivo pero quién sabe si la libertad nos acerca más a la responsabilidad o a la felicidad, como planteaba Miguel hace unos meses.
Esta entrada queda abierta para hablar de todo lo que rodea a “El deseo de ser piel roja”, que no es poco. Y, cómo no, para festejar el día de hoy.
Si uno pudiera ser un piel roja
siempre alerta,
cabalgando sobre un caballo veloz,
a través del viento,
constantemente sacudido
sobre la tierra estremecida,
hasta arrojar las espuelas
porque no hacen falta espuelas,
hasta arrojar las riendas
porque no hacen falta riendas,
y apenas viera ante sí
que el campo era una pradera rasa,
habrían desaparecido las crines
y la cabeza del caballo.
Sin duda, es una emocionante llamada a la libertad absoluta, una utopía en tanto que los seres humanos vivimos irremediablemente sujetos a leyes y normas que nos limitan durante toda nuestra existencia. Kafka escribió este y otros relatos inspirándose en la parte tediosa y rutinaria de su vida, consciente a la vez de que, como diría Einstein, la estupidez humana es infinita y es por ello que necesitamos marcarnos un camino para no convertir el mundo en un caos aún mayor.
“El deseo de ser piel roja” ha inspirado a escritores, músicos como Los del yopo, que os sonarán de algo aunque, por ahora, no haya material suyo que disfrutar, y cineastas como Alfonso Ungría, que reflejó perfectamente el sentido del poema mediante la crisis del protagonista de su película, rodada en 2002.
Ungría es un director de actores, por lo que se centra más en los personajes que en el argumento de sus filmes. En “El deseo...” esto quedó más que demostrado al centrarse principalmente en el proceso emocional del personaje principal. En este trabajo, recuperó a Martín, que apareció por primera vez en su anterior filme “África” (1996), donde fue interpretado con éxito por Zoé Berriatúa.
En su primera aparición, Martín era un chico de barrio que sufría una crisis a los veinte años y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por amor. En la segunda, Martín (interpretado por Miguel), sufre la crisis existencial del treintañero y está tan o más perdido que en aquel entonces. Intenta evadirse del mundo en Tánger pero conoce a una pareja, Abel y Ana, con los que forma un trío de perdedores excéntricos que parecen seguir adelante por pura inercia.
Abel necesita un estímulo para exprimir la vida al máximo y se sirve de una broma de Martín para volver a España y emprender una aventura que podría ser la última, aunque eso es lo que menos le importa. Se establece entre ellos una relación muy especial y Ana queda situada en un papel incierto, ante la indiferencia de su amante y el interés creciente de su pretendiente. Las situaciones se suceden hasta llegar al punto en que cada uno de los tres debe decidir por sí mismo qué quiere hacer con su vida.
El resultado fue interesante, a pesar de no acertar del todo con el reparto. Hubo pequeñas intervenciones valiosas y momentos dignos de recordar como el enfrentamiento en primer plano entre Abel y Martín cuando estaban probando los explosivos o el monólogo del segundo al hacer autostop.
Miguel realizó un intenso trabajo de introspección para luego dejar que el personaje tomase las riendas, partiendo de la base común entre ambos pero sin someterlo y dejando que buscase su propio camino, lo que nos lleva de nuevo al sentido del poema: el anhelo de poder decidir sin dudas ni restricciones, las ganas de expresarse sin temor a la reacción de los demás, el afán de obrar sin medir cada paso. Esto deriva en un complejo debate, claro está, por las consecuencias que resultarían de alcanzar tal objetivo pero quién sabe si la libertad nos acerca más a la responsabilidad o a la felicidad, como planteaba Miguel hace unos meses.
Esta entrada queda abierta para hablar de todo lo que rodea a “El deseo de ser piel roja”, que no es poco. Y, cómo no, para festejar el día de hoy.
¡Feliz cumpleaños, Miguel!