martes, 24 de julio de 2012

Tomás Gayo

Kilómetros. Eso es lo que cuantifica y cualifica una amistad, una unión entre dos personas. No son las fiestas. No son las cenas. No son los beneplácitos tras un estreno. Son los kilómetros. Durante año y medio, con la compañía reunida para representar "Pascual Duarte", hicimos muchos kilómetros en una gran furgoneta. Yo, por mis manías y por mi sociopática aversión a la conversación, me sentaba delante. Tomás conducía. No hablábamos mucho. Hacíamos kilómetros. 125 kilómetros en silencio, un silencio superviviente al barullo de atrás, donde charlaban y bromeaban los demás actores, y en el 126 él decía algo interesante. Yo escuchaba. Y esperaba otro kilómetro. Y le intentaba contestar algo un poco más ingenioso que lo suyo. Él se ponía cachondo y me retaba otra vez. Era una delicia.

Kilómetros. Muchos kilómetros. Tomás me hacía olvidar lo que odio a la gente, lo que odio este mundo, lo que me odio a mí mismo. Tomás era mi amigo. Sudaba mucho. Olía muy fuerte. Se ocupaba de todo. Sufría como un camello sin agua y con una pesada carga sobre sus jorobas. Pero tú sabías que si él estaba ahí, la función saldría adelante. No le importaba nada más. La función. Las ocho de la tarde. Los actores. La tramoya. El texto. Eso era el puto centro del universo. Nada más importaba. Creo que cuando se dio cuenta de que yo soy igual, que no me importa nada, que me puedo estar muriendo por dentro y solo quiero que SE ALCE EL TELÓN... pensó: éste es el actor que necesito. Y yo por primera vez me relajé y me entregué como nunca a una producción, a su obra, a un personaje que debe matar, llorar, gritar y vomitar en escena. Pascual Duarte fue su mayor logro porque maduró la versión durante años, comprendió la trascendencia, formó la compañía ideal: una colección de mujeres emotivas, fuertes y raciales.

Y de carambola: yo.
Me dio el personaje más fuerte de mi vida, me dio confianza y libertad para que soltara mi rabia y mi serenidad en escena.

Y en la carretera...me dio kilómetros. Nos hicimos amigos sin querer. Di por hecho que esto era una unión permanente. Algo que vigorizaría con los años.

No contaba con que se fuera así. Sin previo aviso. Sin hacer ruido.
Y yo ahora...no sé qué hacer.

Cada vez que pase por el kilómetro 126 de tal o cual carretera, recordaré lo que dijo. E intentaré contestar algo igualmente ingenioso.

Aunque nadie me escuche.