lunes, 30 de noviembre de 2009

El deseo de ser piel roja

Qué mejor fecha que la de hoy para hablar de “El deseo de ser piel roja”, un título tan original y significativo que dio nombre a una de las películas claves de la filmografía de Miguel y cuyo origen se halla en el poema homónimo de Franz Kafka, escrito dentro de su libro “Contemplación” en 1913 y que decía:
Si uno pudiera ser un piel roja
siempre alerta,
cabalgando sobre un caballo veloz,
a través del viento,
constantemente sacudido
sobre la tierra estremecida,
hasta arrojar las espuelas
porque no hacen falta espuelas,
hasta arrojar las riendas
porque no hacen falta riendas,
y apenas viera ante sí
que el campo era una pradera rasa,
habrían desaparecido las crines
y la cabeza del caballo.


Sin duda, es una emocionante llamada a la libertad absoluta, una utopía en tanto que los seres humanos vivimos irremediablemente sujetos a leyes y normas que nos limitan durante toda nuestra existencia. Kafka escribió este y otros relatos inspirándose en la parte tediosa y rutinaria de su vida, consciente a la vez de que, como diría Einstein, la estupidez humana es infinita y es por ello que necesitamos marcarnos un camino para no convertir el mundo en un caos aún mayor.

“El deseo de ser piel roja” ha inspirado a escritores, músicos como Los del yopo, que os sonarán de algo aunque, por ahora, no haya material suyo que disfrutar, y cineastas como Alfonso Ungría, que reflejó perfectamente el sentido del poema mediante la crisis del protagonista de su película, rodada en 2002.

Ungría es un director de actores, por lo que se centra más en los personajes que en el argumento de sus filmes. En “El deseo...” esto quedó más que demostrado al centrarse principalmente en el proceso emocional del personaje principal. En este trabajo, recuperó a Martín, que apareció por primera vez en su anterior filme “África” (1996), donde fue interpretado con éxito por Zoé Berriatúa.
En su primera aparición, Martín era un chico de barrio que sufría una crisis a los veinte años y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por amor. En la segunda, Martín (interpretado por Miguel), sufre la crisis existencial del treintañero y está tan o más perdido que en aquel entonces. Intenta evadirse del mundo en Tánger pero conoce a una pareja, Abel y Ana, con los que forma un trío de perdedores excéntricos que parecen seguir adelante por pura inercia.
Abel necesita un estímulo para exprimir la vida al máximo y se sirve de una broma de Martín para volver a España y emprender una aventura que podría ser la última, aunque eso es lo que menos le importa. Se establece entre ellos una relación muy especial y Ana queda situada en un papel incierto, ante la indiferencia de su amante y el interés creciente de su pretendiente. Las situaciones se suceden hasta llegar al punto en que cada uno de los tres debe decidir por sí mismo qué quiere hacer con su vida.

El resultado fue interesante, a pesar de no acertar del todo con el reparto. Hubo pequeñas intervenciones valiosas y momentos dignos de recordar como el enfrentamiento en primer plano entre Abel y Martín cuando estaban probando los explosivos o el monólogo del segundo al hacer autostop.
Miguel realizó un intenso trabajo de introspección para luego dejar que el personaje tomase las riendas, partiendo de la base común entre ambos pero sin someterlo y dejando que buscase su propio camino, lo que nos lleva de nuevo al sentido del poema: el anhelo de poder decidir sin dudas ni restricciones, las ganas de expresarse sin temor a la reacción de los demás, el afán de obrar sin medir cada paso. Esto deriva en un complejo debate, claro está, por las consecuencias que resultarían de alcanzar tal objetivo pero quién sabe si la libertad nos acerca más a la responsabilidad o a la felicidad, como planteaba Miguel hace unos meses.

Esta entrada queda abierta para hablar de todo lo que rodea a “El deseo de ser piel roja”, que no es poco. Y, cómo no, para festejar el día de hoy.
¡Feliz cumpleaños, Miguel!

miércoles, 18 de noviembre de 2009


Un perro andaluz y otras historias

Partiendo de la base de que cada persona tiene un gusto propio y particular, es de todos sabido que el cine español nunca ha gozado de demasiado apoyo hasta hace relativamente poco. Ya sea por falta de medios, censura o los temas a tratar, a lo largo del siglo XX salió adelante a pesar de los pesares.
Ahora vamos con la cabeza alta alardeando de que Amenábar y Almodóvar son directores made in Spain, porque se les reconoce internacionalmente y colaboran con gente de aquí y de allá. ¿Pero sólo hay que enorgullecerse de ellos? ¿No vale la pena echar la vista atrás y saber por dónde ha pasado nuestro cine hasta llegar a lo que es hoy?

La primera película con argumento data nada menos que de 1897. La primera con sonido nació tras más de treinta años de cine mudo. Tras un dificultoso arranque, comenzó a ser fructífero hasta que la Guerra Civil truncó su prometedor futuro. Al finalizar la guerra, muchos profesionales se exiliaron, ya que el nuevo régimen instauró la castradora censura y ordenó que todo filme estrenado en el país debía ser doblado al castellano.
El resultado de aquello derivó en que durante décadas no hemos podido evitar clasificar nuestros productos en grupos a cual menos elogiable: musicales (protagonizados por artistas, niños incluidos, que cantaban para promocionarse en el mundo de la música), películas religiosas, landismo y destape. Directores de la talla de Luis Buñuel, Juan Antonio Bardém, Luis García Berlanga o Carlos Saura, que hicieron películas diferentes, profundas, transgresoras y más europeas de lo que cabía esperar en los tiempos que les tocó vivir, han quedado en la sombra a causa de la mala imagen que nos ha dejado el resto. Es triste pensar que Buñuel fue homenajeado por gigantes como Wilder, Wyler, Hitchcock, Wise o Cukor y que aquí casi nadie puede mencionar dos o tres obras suyas. También lo es que muchas películas que fueron reconocidas fuera, aquí sufriesen críticas injustas y llenas de prejuicios e ignorancia, y que tantos actores y actrices fantásticos, por no irse, trabajasen en filmes deplorables porque no se podía hacer otro tipo de cine.

Afortunadamente, ahora faltan dedos para contar las películas de los últimos años que podemos recomendar. Con cada nuevo producto que goza de talento y trabajo a sus espaldas, comprobamos que aquí se puede hacer cine con tanta o más calidad que fuera, que no tenemos por qué estancarnos en uno o dos géneros que sólo interesen a unos pocos. Ahora los actores pueden soñar sin necesidad de volar a otros lugares para hacer algo que valga la pena. No sólo en la gran pantalla, porque cada vez hacemos series de mejor calidad.
Y lo mejor es que cada vez reconocemos más a los grandes de las generaciones anteriores, nos apetece indagar en las sagas más destacadas, saber qué hizo Buñuel en colaboración con Dalí, comprobar que Catherine Deneuve y Geraldine Chaplin fueron musas aquí, impactarnos con El verdugo o La cabina, ver Versión Española, reírnos con buenas comedias que no caigan en los tópicos de antaño, descubrir nuevos talentos y sorprendernos gratamente de lo polifacéticos que son muchos de los que ya conocemos.

Habrá quien disfrute mucho con nuestro cine y quien siga prefiriendo ver sólo el de fuera, así que hagamos críticas positivas y negativas, recomendaciones, comparaciones, descubrimientos, etc, sobre el cine español y el de nuestros compañeros de idioma que viven al otro lado del charco. A ver a qué conclusiones llegamos.

martes, 10 de noviembre de 2009


AMOR PLATOÚNICO, AMOR ESCÉNICO...

Una de las cosas vertiginosas y fascinantes del teatro es aquella en la que tanto se parece a la vida: la posiblidad de replanteárselo todo y cambiar. O si no intentar atesorar lo esencial y modelar la superficie para que el pasado entre en necesaria sintonía con el presente. Los actores también somos personas. Más inestables posiblemente que la mayoría. Por la sencilla razón de que estamos embarcados en la aventura de analizarlo, desmenuzarlo, cuestionarlo todo... para representarlo. Esa vocación, ese trabajo diario y casi espontáneo... te coloca en una inevitable posición de relativismo frente al comportamiento y las emociones. Te hace incluso tomarte muy poco en serio las tuyas. El riesgo de locura es alto. La garantía de diversión es igualmente elevada.
Estoy con Chusa Martín, Velasco, Críspulo y Paloma repasando el montaje de AMOR PLATOÚNICO y todo lo que teníamos parece francamente bueno... pero seguramente mejorable.
Y es que no podemos evitar cuestionar, dudar, polemizar... ¡Cómo mola el teatro!

viernes, 6 de noviembre de 2009


La vida por delante

Dicen que el tiempo lo cura todo, que ayuda a olvidar. Pero lo cierto es que, ya sea por nostalgia o porque algunos fantasmas son duros de roer, el pasado vuelve a nosotros con frecuencia, más aún si el presente está ligado a él.

“La vida por delante” es un buen ejemplo de hasta qué punto las experiencias pasadas pueden condicionar la vida presente y futura y de cómo, en algunos casos, se convierten en una prisión invisible. Madame Rosa (Concha Velasco) trabajó como prostituta en su juventud y, pese a lo que pueda parecer, fue su época más feliz. Iba a donde quería y con quien le apetecía, era joven y bella, tenía toda la vida por delante. Pero la vida le jugó una mala pasada y terminó en Auschwitz por ser judía. Sobrevivió a la terrible experiencia y se ganó la vida en París cuidando a los hijos de las prostitutas que no podían ocuparse de ellos, hasta el momento de poder volver a recogerlos. Ahora, a sus casi setenta años, agota su marginal existencia en compañía del último chico que le queda por custodiar: Momo (Rubén de Eguia), un entrañable adolescente al que ha criado como musulmán y que no para de hacerle preguntas porque a él también le pesa su pasado pero no por tener malos recuerdos sino porque no tiene ninguno, no sabe de dónde viene ni por qué nadie vuelve a por él, lo que le supone una carga tan pesada como la que soporta su benefactora.

Los recuerdos de Madame Rosa afloran de formas inesperadas, siente miedo y soledad, ya no tiene fuerzas para seguir y comienza a apagarse pero no le es fácil marcharse, le preocupa el futuro de Momo. Él necesita volar y buscar respuestas pero no quiere despegarse de la única figura materna que ha conocido y, mientras sus caminos se disponen a separarse, estrechan sus lazos luchando por la pequeña familia que formaron años atrás.

Basada en una novela del escritor Romain Gary (que usó el pseudónimo Emile Ajar para publicarla), esta obra ha sido traducida por Josep Maria Vidal, adaptada para teatro por Xavier Jaillard y dirigida por José María Pou. El elenco se completa con Carles Canut y José Luis Fernández, cuyos personajes juegan un papel significativo en el devenir de las vidas de los protagonistas.

Sencilla y con sentido del humor, esta obra es más que recomendable por sus diálogos abiertos a la reflexión, llenos de tolerancia y ternura, que dejan al público con un nudo en la garganta y sin poder dejar de aplaudir al final, sobre todo al talento más que demostrado de Concha Velasco que parece estar despidiéndose de su profesión, aunque esperemos no incluya a las tablas, y de Rubén de Eguia que borda su papel y provoca que echemos de menos al joven Momo cuando abandonamos el teatro.
Espero que podáis verla y disfrutarla, estoy casi segura de que os encantará.